• de AMORdidas

    El día estaba nublado, parecía que había llovido la noche anterior porque las calles empedradas dejaban formarse pequeñas lagunas entre piedra y piedra. No había mucho sol pero la luz era suficiente para fotografiar cuanta calle simpática, muro de iglesia o contraste interesante de colores  se me atravesara. Entramos juntos al museo, caminamos por las calles, visitamos el mercado con la variedad de carnes, embutidos, frutas, verduras y quesos que formaban un arcoíris antojable bajo aquel gran domo transparente que dejaba pasar la luz. Inevitablemente llegó la hora de comer y la mayoría del grupo votamos eligiendo el restaurante. 

    Mi estancia en Francia se caracterizó por ser de bajo presupuesto porque así me lo había propuesto y sinceramente más como reto que como una necesidad, por lo mismo mis salidas a restaurantes eran escasas y en caso de que se propiciara, siempre lo hacía acompañada obviamente de un traductor local que me recomendara que pedir de entre las opciones que me mostraba la carta medio legible pero aún difícilmente comprensible de platillos en francés.
    Ese día dentro de la gran mesa de viajeros me tocó sentarme al lado de uno de los que menos interés y empatía me generaba pero dado lo primitivo de la actividad que nos disponíamos a realizar, poco importaba si terminaba ingiriendo mis alimentos al lado de él o del mesero. Al recibir el menú en mis manos leí el primer platillo de las diferentes “formules” y le pregunté inocentemente, como cuando un niño le pregunta algo totalmente básico a su hermana mayor “¿c’est quoi le boeuf bourguignon?” Hasta eso amablemente, mi vecino comensal me dio una rápida y sencilla explicación de los ingredientes y preparación del platillo. Al final de cuentas terminé pidiendo otra cosa que ni siquiera recuerdo bien y ese capítulo irrelevante se quedó guardado y dormido en mi mente hasta hace algunos meses.
    Una vez que a fuerza de repetición y de costumbre se logra la familiarización con un evento o platillo o persona, fácilmente se pierde la noción de cómo y cuando llegó por primera vez a nosotros; en qué momento lo antes asombroso y desconocido pasó a ser la habitual y repetitivo? Y qué tan conquistado ha sido en realidad o es acaso la falsa seguridad de la repetición diaria la que, tanto la comida como las relaciones interpersonales, pueden pasar de ser mágicas y desconocidas a inmutables y predecibles.

     

    El Boeuf bourguignon que recuerdo tan claramente haber ignorado y desconocido, se ha convertido sin darme cuenta en qué momento, en la recomendación de la casa, la especialidad de los chefs y lo más aclamado por nuestros clientes y lo que se come diario y a todas horas, tal vez ahora por todo el mundo excepto por mi. Este guisado en vino tinto, no es lo único que me causa nostalgia en estos momentos. Es fácil caer en la monotonía de “creer saber y conocer” y olvidar el ignorar de vez en cuando que es lo que esconde alguien detrás de la cara conocida, del gesto cotidiano, del beso de buenas noches. No hay que olvidar que todo evoluciona, la cocina y las recetas se adaptan a las cucharas y a los paladares, que igual que muchos, luchamos por no terminar  adaptándonos al cotidiano ya conocido con el riesgo de que un día alguien nos pregunte quiénes somos y en qué momentos cambió nuestro sabor.  


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