• Nunca había querido creer en las películas que muestran lo fácil que es enamorarse en el metro.  

    Me refiero a la sensación de estar atraído inexplicablemente por un objeto imantado que te controla desde lejos, sin siquiera haberlo visto. No hablo de -alguien-, hablo de  -dónde- . Creo que hoy por fin me enamoré de Montréal; y digo por fin porque precisamente hace unos días le contaba a Anto como no me terminaba de sentir parte de aquí.

    Me sentía como una expectadora en el teatro, viendo la obra recomendada por los críticos mirando de reojo el reloj para saber cuando se termina. No quiero que se mal interprete, no esperaba ansiosa el momento de partir, era solo una sensación de ser extraña; turista en una palabra. 

    Obviamente, y como venía diciendo, no fue amor a primera vista; hace ya un mes que estoy aquí pero sucedió hasta el día de hoy en la estación de Cremazie. Sentí esa felicidad impersonal que te puede llegar a provocar una muchedumbre enardecida que corre individualmente tan monótonamente, que ya en conjunto engrana perfecto sin pausa y sin error, sincronización pura.

    Todos tratando de alcanzar el próximo tren, o bajándose del último para tomar el siguiente y el siguiente y el siguiente.

    Al final de las escaleras eléctricas está un hombre, me imagino que es un hombre, porque al dejarme llevar por el momento y la manada, olvido totalmente voltear a mirarlo y solo me dedico a sentirlo y escucharlo a través de su guitarra que Hoy, toca un fragmento agitanado/españolesco que parece marcar el paso rítmico que lleva la gente que va y la gente que viene. De pronto parece que las dos corrientes opuestas se estrellarán y se detendrá la música y todos caerán al piso quedando inertes, pero no.Todos saben a donde van.

    Al menos eso parece. 

     

    Tengo el impulso de caminar más rápido entre la gente, aunque en realidad no tenga prisa; de acelerar el paso y bajar corriendo las escaleras que eventualmente me llevarán a esperar a que el  tren se aparezca. Correr no hace ninguna diferencia pero de verdad lo quiero hacer, lo hago.  

    Ya no soy turista. Vivo en Montréal.

     


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    Sigo leyendo mi libro. EAT PRAY LOVE, no me sorprende en lo más mínimo que cada vez que tengo la idea de escribir el título mi impulso se incline por decir o escribir "LOVE" antes que "PRAY", un ejemplo simple e inconsciente sobre mis jerarquías personales.

      Al inicio, tal y como lo había venido plasmado en mi Journal du Voyage (que de hoy en adelante vaciaré aquí periódicamente), me pareció un grave error el haber visto la película antes de haber leído el libro, pero es como querer culpar a alguien por haberse enamorado de Mr.X en lugar de Mr.Y, siendo que la existencia de un posible Y era totalmente desconocida hasta antes de la llegada de X. El punto es que en este momento el libro ha logrado tomar su propia personalidad y lejos de reemplazar las memorias que lo visual me dejó, he logrado crear dos rutas alternas para llegar a un mismo punto ; como las carreteras libre y la de cuota que se toman para llegar de Ensenada a Tijuana y de Tijuana a Ensenada respectivamente; cada una de las dos tiene su encanto particular y cuando se toman ambas para hacer el viaje redondo , lejos de poder ser comparadas y graduadas, en conjunto dan la sensación de haber visto TODO lo que hay que ver entre una ciudad y la otra. Exactamente así me siento respecto a esto. Aún no termino de leer el libro pero me siento “especial” por poder  enterarme poco a poco de los detalles personales e importantes que la industria de Hollywood decidió dejar fuera del presupuesto cuando puso en la pantalla grande una historia como ésta.

    Dejando todo esto de lado, y ya con mi consciencia menos alterada  por haber traicionado a la lectura con mi debilidad visual,  paso al libro.

    Para empezar, leer a Liz (Elizabeth Gilbert)  es, en algunos momentos, como  leerme a mi misma. Frases exactas que aunque no plasmadas en un libro, me han cruzado textualmente por la mente en algún momento de mi vida; experiencias que aunque no idénticas han tenido sus homólogas dentro de lo culturalmente diverso que puede ser su mundo y el mío; sensaciones y emociones que tal vez no con la magnitud y fuerza con las que parece haberlas experimentado, pero que a mi nivel me lograron llevar a tomar decisiones  importantes y que me dejaron marcada de la manera que me ha hecho imaginar.

      Más aún que esa complicidad unidireccional que me provoca el leer a Liz, me ha reiterado la idea hibernante de escribir mi libro; el libro que me vengo prometiendo desde hace tiempo y el mismo que se que de una manera bastante desorganizada he ido comenzando a manera de fragmentos con cada uno de mis viajes y los cuadernos que he hecho durante ellos; es mi escritora escondida (porque decir frustrada sería como aceptar que el no ser escritora profesional  me genera problemas para comer, dormir o ser feliz, y definitivamente no es así) la que al leerla me dice al oído “tal vez no hayas estudiado para hacer esto pero hasta hoy hay tantas cosas que has hecho por impulso y sin manual de referencia y que te han salido bastante bien,  ¿Por qué esta  tendría que ser la excepción?”.

    No, definitivamente no creo que esta sea la excepción. De hecho, y sin exagerar tengo latente la idea de que en el momento en que concretice este proyecto como se merece y como se debe, va a provocar un verdadero revuelo no solo en mí sino en mi entorno (diámetro a la redonda aún pediente).

    Conozco mis sentidos y se que cualquiera que sea el número que poseo, todos ellos están bien acondicionados y son extremadamente receptivos, y partiendo de esto, me provoca una sensación de tranquilidad el sentir en el fondo  de mi misma que esto es algo que haré y lo haré bastante bien.

    Por otra parte se que para lograr un proyecto de las magnitudes que imagino, es necesario contar con una cantidad relativamente considerable de organización y metodología, cosa que al leer no aplico demasiado. Soy más bien una lectora caprichosa la cual toma el libro y lo abre única y exclusivamente en el momento en el que siente que mente, cuerpo, alma y espíritu están listos y lo suficientemente interesados  como para absorber lo que será leído, y esto lo he aplicado siempre, en la escuela y las lecturas por placer. Esta es una de las principales razones por las cuales al inicio de la carrera de medicina me resultaba extremadamente frustrante y difícil el obligar a mi mente a leer 20 páginas al día sobre los nombres, líneas, fosetas, crestas y demás aspectos anatómicos de los huesos que, para ser sincera, jamás me emocionó conocer. Por suerte, actualmente algunas cosas han cambiado, para empezar y gracias a Dios pasé ambos cursos de anatomía humana, tal vez no con las mejores calificaciones pero eso es algo completamente irrelevante dadas las circunstancias que comento; por otra parte afortunadamente ahora tengo el suficiente criterio académico y médico para diferenciar entre, los textos que pueden llegar a ser útiles al momento de de estar frente a un paciente de carne y hueso con enfermedades reales y a quién no le interesa cuántas caras tiene su hueso sino cuándo dejara de dolerle, y los que son leídos únicamente para alimentar el ego cuando se ha alcanzado la posición de “experto en la materia”. Por otra parte, y continuando con las cosas que han cambiado respecto a mis necesidades de lectura, en éste preciso periodo de mi vida  gozo de la comodidad de tener el libre albedrío en la palma de mi mano y con esto el derecho de dejar que mi impulso interno decida cuándo, cómo y que tánto quiere leer al día.

     Este libro, igual que el anterior, han sido leídos lenta y cuidadosamente, con un cariño y una delicadeza que hacía mucho no me dejaba experimentar con un papel impregnado de letras; puedo decir que estoy a la mitad del libro y que a pesar de que lo llevo diario en mi bolsa, trato de decidir cuidadosamente los momento en que saco la pluma de pavorreal que uso como separador y continúo amorosamente saboreando cada palabra. Es exactamente de esta manera como he logrado sincronizar situaciones de mi vida diaria con algunas de las temáticas que  van saltando entre páginas. Sería excesivo detenerme en la explicación de ejemplos, solo debo aceptar que al final del día es difícil saber que fue primero el libro o tú.  Si fue la historia la que te hizo cuestionarte sobre asuntos que normalmente tu mente habría decidido postergar, o si es obra del curso natural y extraordinariamentre sincronizado de las cosas el que se las arregla para hacernos  llegar las respuestas de las preguntas que se nos van atravezando a través del camino.

    Por eso creo que es mejor dejar de buscar lo que se nos vende como -respuesta- y en su lugar elegir del aparador los artículos que nos regalan más preguntas. A final de cuentas las respuestas no se buscan, son ellas las que esperan pacientes que estémos listos para saltar de lo alto y presentarse ante uno.                                                                                                 

     


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  • Hoy se fueron los invitados. Sentí una tristecita.

    Por verlos parados en la banqueta del aeropuerto y por ver a mi Anto serio y con los ojos llorosos. Y por sentir la sinceridad en los besos y los abrazos y las sonrisas de los dos Chabannes que en estos momentos ya deben de ir volando a casa.

    Fue una experiencia única. Invaluable creo.

    ¿Quién tiene la oportunidad de  echarse un clavado en el futuro y ver hacia donde apunta la brújula de el hombre a quién ama? Definitivamente no todos.  Yo la tuve en estos días y fue una combinación extrema entre pacientes respiraciones profundas, felicidad, risas, orgullo, incomodidad y amor. Mucho amor. 

    Aun que no existe tal cosa como una fórmula mágica para determinar que es lo que haremos cada uno con nuestras vidas, y el rumbo de estas sea tan errante e inesperado, estoy segura de haber observado lo suficiente y de haber visto lo necesario.  He experimentado lo esencial y tengo de donde partir. Anto es hasta el día de hoy el hombre al que quiero acompañar y de quién quiero disfrutar la compañía durante mi camino, ha donde sea que este  vaya. Deseo con toda mi esencia que esto siga funcionando y que más que funcionar, avance.

    En este momento (y lo digo de una manera meramente literal) Anto está sentado a mi lado izquierdo (por cierto, el lado del corazón), trabajando en su computadora y yo leo mi libro de la South Beach Diet y escribo aquí . De pronto decidió poner música y eligió Mika. Ese mismo disco que yo oía una y otra vez cuando me encerraba en mi cuarto a llorar y trataba de animarme con el ritmo de las canciones mientras las letras me deprimían aún más. Hacía tanto que no lo escuchaba que hoy, después de años, tomó un sentido categóricamente opuesto.

     Estoy en mi nueva vida, viviendo en una nueva ciudad y disfrutando de un amor diametralmente opuesto al que sentía en aquella época; justo unos días después de haber conocido a sus líneas genealógicas ascendentes y, quiénes por cierto y dejando mi modestia de lado, no solo me aceptaron sino que me apreciaron. Estoy aquí, de nuevo, repitiendo la historia de encontrarme parada en medio de la nada y de todo, en un país lejano y nuevo, siendo feliz y adaptándome lo mejor que puedo, expandiendo mi sonrisa al máximo, y les juro que no es una risa congelada aún con  los -31 grados centígrados que sentimos y resentimos el día de hoy.


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    No lo había comentado pero hace unas noches, mientras estábamos sentados juntos , solos, con nuestra copa de vino blanco en la mano (lo sé, es un dato inútil que me llena de satisfacción mencionar), Anto encontró un documental  llamado “el Hermanito”.

     De entrada lo que buscaba era la película de la Mexicana con Brad Pitt y Julia Roberts. Tal vez porque a causa del título le pareció una buena idea teniendo una novia Mexicana, en fin ese no es le punto de todo esto. El punto es que precisamente algunas horas antes, y como muchas de las cosas que me pasan una tras otra entrelazadas, yo acababa de terminar de devorar las páginas de la danza de la realidad de Alejandro Jodorowsky, en las cuáles el loco del autor (con todo el respeto, admiración y curiosidad que él me merece y que trato de comprimir en ese término) habla exactamente de lo mismo en lo que se basa la trama del documental totalmente aleatoriamente encontrado. Apenas mi cerebro, ya convencido de la veracidad, pasaba al punto de terminar de creer para comenzar a tratar de intentar comprender como Jodorowsky fue curado de cáncer de hígado por Pachita y como de vez en cuando Enrique, el hijo de ésta, salía a relucir entre líneas, cuando Anto me muestra la reseña y me pregunta que me parece.

    Don Enrique es precisamente el personaje central del reportaje/documental. Por otro lado el hecho de haberlo encontrado así como así, el mismo día que me tope con la historia en el libro, no es tan evidente ni obvio pero poco a poco he tratado de enfocarme en el –para qué?- más que en el tentador –por qué?-.

    Hoy , días después de que sucediera todo eso, Anto  decidió que era momento de verla. Al principio tuve mis dudas porque no sabía cuál sería la reacción de él ni la de su papá y habiendo sido yo la luz verde que autorizó la descarga y aún más que eso sembró el interés dada la conexión directa con mi libro, sentía sobre mis hombros una responsabilidad que aunque auto otorgada, me comprometía.  Me generaba un poco de inquietud el imaginarme decorando el pastel de la primera impresión con mi suegro, al ponerle una cereza en forma de un video tipo casero que muestra como un mexicano que afirma ser poseído por Quetzalcoatl cada semana, cura enfermedades que los médicos no logran siquiera diagnosticar.  Pido por favor que no se  mal interprete lo que digo como una frase sarcásticamente incrédula. De hecho lo menciono aquí porque de verdad creo que es posible (por razones distintas y con explicaciones alternas, pero sin  poner en tela de juicio los testimonios dados). Volviendo entonces al meollo del asunto, de pronto nos encontramos los tres sentados sin decir casi ni una palabra observando el video durante casi una hora. No llegamos al final porque Anto tenía pendientes y necesitaba en la computadora y Bernard y yo  comenzábamos a tener un poco de sueño.  Lo que vi y escuche en la pantalla no me sorprendió, la sorpresa ya me la había llevado de golpe cuando leía las páginas del libro. Esta hora de aferencia audiovisual fue un asentir casi continuo expresado con un movimiento repetitivo de la cabeza de arriba a abajo (me molesta la gente que hace esto durante las conferencias o explicaciones pero no pude controlarlo).

    No se que hayan pensado ellos dos. No hubo comunicación al respecto. Yo por mi parte tomé en mis manos mi libro negro con amarillo aún con más fervor que las veces anteriores y me dirigí en silencio a la cocina convencida  acerca de  su realidad (me gustaría más utilizar la palabra realdad si esta existiera) y sorprendida, una vez más, de  como el inimaginablemente basto universo me envía mensajes sin darse  descanso. 


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  • Hoy la mala noche le tocó a Anto. Yo si logré dormir, un poco de frío de vez en cuando pero nada que impidiera descansar. Nos levantamos al rededor de las 8 am con la voz de papi Raymond diciendo “allez levez vous! il est presque midi et il fait beau!” .. d’ailleurs, aucune de ces choses étaient vraies.

    Nos levantamos , desayunamos, nos arreglamos y salimos al mundo. Fuimos al plateau , el barrio francés . Restarurancitos, tienditas, mucha nieve. Hubo un momento en el que me volví a quedar sola con el papi, en un cafecito frente a la estación de Mont Royal mientras Anto y su papa fueron a buscar la agencia para rentar el carro, la cual por cierto estaba cerrada por lo que al final volvieron igual que como se fueron: caminando. Sin tomar eso en cuenta, el tiempo que pasamos ahí solos platicando fue muy agradable. Commencé por preguntarle al abuelito que quería tomar y después de unos segundos de perderme en el acento de la mesera, que tenía cara de Turca, acento quebecois y pero hablaba francés, logré pedir mi maravillosa órden de “dos cafés negros, no tan fuertes”. Nos sentamos justo frente a la entrada para tener a la vista las ventanas que daban a la calle principal y así poder ver cuando los hombres regresaran con nuestro vehículo (climatizado!). Creo que hasta ahorita cuando nos hemos quedado solos , soy yo la que he tenido que comenzar las conversaciones; siempre me ha provocado una extraña pena entre ajena y propia el silencio con alguien levemente conocido o recientemente presentado y con mayor razón si es el abuelo de mi flamante y recién estrenado novio francés. Ya no recuerdo con que pregunta comencé a hacer plática pero terminamos casi casi arreglando el mundo y hablando de un poco de todo; de los hijos, el número de hijos que acostumbran tener en Francia, que hacía el antes de estar retirado? Las diferencias culturales y los idiomas; los planes futuros de mi hermano, la intención de mis papás de aprender francés, su preferencia por la campaña en contraste con la ciudad y su aparente aversión contra ellas. Igual que Didier, me dice que de las ciudades grandes solo le interesa observar los monumentos históricos, pero que fuera de eso, prefiere los campos, las montañas, los ríos … El mar no. Sí, en efecto, es difícil el abuelito pero parece que dentro lo que cabe, he tenido éxito con eso de la primera impresión, tanto con él como con Bernard. Cuando regresaron Anto y Bernard (sin carro), Le reportó a Anto que habíamos tenido una plática muy interesante, que yo entendía casi todo y mi francés era bastante bueno y que se cuidara porque me iba a intentar conquistar para robármele.

    Bernard por su parte, tiene una forma mucho más sutil y tierna de mostrarme su aceptación. Jugando en la estación del metro y haciendo la finta deomo queriéndome aventar a las vías del tren; tratando de empujar en las esquinas mientras esperamos que “le petit bon homme blanc” aparezca y nos deje pasar; explicándome mientras caminamos, como es que se cocinan la chataigne “hay que hacerles un hoyo para meterlas al horno y dejar que la humedad que tienen dentro salga, si no se les hace ese hoyo pueden explotar.. bueno, una pequeña explosión” ..y ríe. Tiene una sonrisa muy bonita. Inspira confianza, tierna como la de Anto.

    Comimos en un restaurant libanes o algo así, tipo kebab. Yo pedí el plato vegetariano con cosas extrañas pero rico. El abuelo no resistió más de 3 mordidas al kebab y lo dejó, pero aquí nada se desperdicia. Bernard me robó el cuchillo (cosa que me pareció bastante personal y me agradó que se atreviera a hacer) y lo partió a la mitad. Al parecer el apetito prodigioso viene de familia porque los dos comen en cantidades nada despreciables. Aún así nadie le gana a Anto.

    Estos últimos días me la he pasado pensando en Bruno y lo que me dijo el día de mi despedida en el Mofo: “así que vas a saber de una vez que tanto tiempo podés aguantar al Anto, vos solo tenés que observar bien al papá, si todo va bien con él entonces te seguís con el abuelito, asi vos sabés hasta que edad lo podés aguantar”.

    Cada que veo a los dos, Bernard y Raymond me imagino que eventualmente Anto va a ser así, tanto física como emocionalmente. No me molesta para nada. De hecho me agrada la idea de imaginarlo un poco como su papá [puntualizando el hecho de que el divorcio me parece algo que nos podríamos saltar (obvio que para eso necesitaríamos casarnos. En fín, largos plazos)]. Ahora que respecto al abuelito creo que preferiría que mi Anto-viejito fuera más sonriente y menos quejumbroso, pero tampoco sería tan malo. Como buena doctora, no puedo evitar visualizar también el aspecto de la salud y ahí sí espero que haya heredado sus genes saludables; esos genes que después de 80 años de estar activos le siguen permitiendo hacer un viaje transatlántico y seguirnos el paso en las calles nevadas, las montañas, las iglesias y los mercados sin mayor problema. Pas mal de tout.

    Por el momento, y planeando más en términos de un plazo inmediato,

    ¿Qué vamos a cenar hoy?


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