• hoy es una guardia tranquila, mucho muy. 

    el hospital a estas horas y en el ala en la que estoy me parece un lugar tenebroso y peligroso más que una zona de seguridad donde resguardarse de las enfermedades. 

    Debo aceptar que comienzo a encontrarle el sabor a las guardias. Las tardes aquí son una montana rusa de sensaciones. De inicio me motivo a llegar con toda la energia posible, comienzo a mi ritmo y despues de la comida comienzo a desear una cama más que cualquier cosa en el mundo. Despues de un periodo de negación aunado a la voz chillona que vocea a gritos "un médico interno de guardia, presentarse a URGENCIAS", y después de preguntarme (como cada tercer día) "porque elegí esta carrera..?" viene la satisfacción de reencontrar un paciente anterior que recuerda mi nombre (!), o el ir caminando por la calle principal del mercado y oir un grito "Doctora Ástrid!" y que es don Chava vendiendo sandías... me regaló dos. Los m&m's  que el hermano de Edna, la paciente de la cama 17, me dió el día que me detuve a explicarle a su hermana como todo iba a estar poco a poco... 

    Y es ahí cuando me contesto a mi misma:

    "la escogiste porque quisiste y  porque es increible sentir que ayudas un poquito a mejorar el mundo".


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  • Estar internada aquí es una tentación demasiado grande. 

    Una lucha constante entre el retarme y ceder. El reto de atesorar: conocimientos, libros, pacientes, dinero, fama, reconocimiento, renombre. Pero inmediatamente después de hacer esa lista color oro, resuena el grito psiquiátrico (y su respectivo eco) el cuál dice:

    ¡No! No quiero sacrificar la noche estrellada a la orilla del Amazonas con un grupo de alemanes más chicos que yo en edad pero más llenos de idiomas y sellos de pasaportes que toda mi familia junta; no quiero perderme los cometas de la Sierra Juárez tirada en el suelo con mi papá,  ni la mañanas heladas en la Isla del Sol después de una noche de puro amor a 4dlls. No quiero reprimir esa cena de 6 que tenemos pendiente en la Plaza de Armas de Cusco; ni los inviernos en Montreal, ni los veranos en Toulouse al borde de la Garonne o el año nuevo en una playa del Atlántico. Ni siquiera quisiera haber descuidado ya tantas potenciales tardes de  Malecón en Ensenada, ni los juegos de mesa  con un grupo de amigos que hace 2 horas eran desconocidos. No quiero asesinar las semillas de expediciones que aún yacen dormidas en el suelo de algún lugar del mundo; las caminatas que me faltan, el idioma que sigue, los amigos sin rostro que tengo pendiente ir a conocer y a los que tengo años diciéndoles, " Ya casi llego".

    ¡No puedo faltar a mis citas!

    ¿Seré acaso demasiado conformista?

    ¿Será tan malo cambiar lo esperado (por ellos) por lo deseado (por mí)?  

    ¿Será pecado decidir hacer menos de lo que se que puedo por disfrutar más de lo sé que quiero?

    ¿Porqué esta manía mía de saltar fuera del confort justo cuando comienzo a sentir el terreno predecible?

    ¿Porqué me pone la piel chinita el oír a un especialista viejo e implacable decir "... Lo sé porque tengo 15 años haciendo lo mismo".

    ¿ Hasta qué punto esto me terminará provocando problemas de falta de apego e inestabilidad? 

    ¿Llegará alguna vez el día en que salga corriendo dejando platillos a medias en el horno?

    ¿Me arrepentiré alguna vez de criar a un niño cuando me despierte en las noches?

    El especialista implacable que vive al fondo a la derecha en mi cabeza, dice que si.

    El resto de los vecinos piensan que no,  siempre y cuando tanto el pastel como el niño estén hechos por puro amor y no por accidente, gula o deber. 

     

    ¿Porque es tan adictivo viajar?

     


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  • Obligados ni los zapatos. Pero hay una diferencia entre obligar y motivar. 

    Fomento mi proceso de automotivación para escribir aquí con cierta frecuencia y ya plasmando el primer renglón, todo fluye por si solo. 

    Cuando lo escuchaba contar sus anécdotas me invadía una cierta apatía que repetidamente me ha obligado a abandonar en silencio la mesa que monopoliza o el área circundante. Es obvio que el lo nota..( o tal vez no?). No es algo tan malo lo que hago , teniendo en cuenta que siempre hay otros 4 o 5 pares de oídos que simulan completo interés en sus relatos (aunque sea la enécima vez que los escuchan).

    Son cosas de la edad, me decía cada vez a mí misma... con mucha  altanería y no menos indiferencia. 

    No. 

    No es algo inherente a su edad, es inherente a su corazón. Su corazón sano que hasta hoy no ha necesitado más ayuda que la Aspirina protect que toman todos los viejitos de su época... 

    Hoy veníamos los dos solos, en Max. Yo de regreso de un día más de trabajo, el de vuelta de una más de sus citas con su médico internista. Las dos cosas sucediendo en el mismo espacio, el mismo hospital. Me contaba de los cambios en la medicación que le acababan de hacer como pidiendome mi pensar (con eso de que resulta que yo también soy médico!).

    Repentinamente me encontré escuchando como es que antes el Hotel Riviera de Ensenada tenía playa, y lo que ahora es el boulevard que le pasa por delante no era más que arena en la que los turistas paseaban sus extranjeros pies después de haber apostado un poco en el casino. Por primera vez no me sentí ajena a sus historias. De verdad era su forma de decirme que le importo, que no solo fui su taxi de regreso a casa y que aunque no se atreva a compartirme un beso o un "te quiero mucho mija"  en reemplazo me regala su selección de anécdotas muy ad hoc con el paisaje que vamos recorriendo metro a metro.

    "Aqui antes había un puente pero el arquitécto se equivocó y cuando llegó la primera corriente fuerte, el rio se la llevó.."   Me sentí culpable por haberlo juzgado tanto en otras ocasiones. "de hecho mi papá trabajó para todas esas obras como constructor, y él mismo le dijo al arquitecto que se veía muy >enclenque< esa cosa.. pero no le hizo caso y mira lo que termino pasando .. " y suelta una carcajada con la cual la cara se le llena de felicidad y los ojos se le hacen chiquitos. Llegué a pensar más de una vez que era por egoismo que contaba una y otra vez sus historias, todas ellas girando de manera circular entorno a el mismo y sus hazañas. Creo que una vez más estaba equivocada, comienzo a creer que equivale a un niño levantando la mano para participar en un debate de adultos; el paciente encamado que en medio pase de visita  pregunta temeroso "doctor, puedo decirle algo..?".

    Como casi todo en esta vida, es mucho más fragil de lo que aparenta. 

    Como me ha pasado muchas veces, entendí en retroactivo y me regañe por juzgar como lo hago.

    Como cada noche me voy a despedir de él con un beso, pero hoy va a durar unos segundos más y el abrazo va a ser más apretado. Será mi forma de hacerle saber que nuestra plática de hoy, fue mucho más exitosa que el puente caído del arquitectucho ese. 

     


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    Me da pena. El abandono a mi espacio, a mis múiltiples espacios. Todo los que he creado digitalmente y en virtual como desfogue a mi cabeza. Han sido como 3 que he comenzado con emoción, los he alimentado por periodos con la misma ternura pero por alguna u otra cosa terminan desvaneciéndose en la red y en mi memoria y después de algún tiempo me veo incluso obligada a buscar en mi cuenta de gmail la palabra “blog” para recordarme cual era mi nombre de usuario y contraseña. Lamentable.

    Esta vez no me juraré a mi misma y mucho menos a quien sea que aún lea esto, mi incondicional actualización de escritos pero al menos hoy si estoy escribiendo y esto de vivir la vida al día me ha parecido una buena filosofía hasta hoy.

    Tengo dos meses en el internado.

    Es como cuando tienes 15 y conoces a alguien varios años más grande que tu y te preguntas secretamente “que se sentirá cumplir 20..” Cuando llegas a ese punto te das cuenta que la sensación es prácticamente la misma, por cierto.. que se sentirá cumplir 30…?

    El internado se siente como  tener 23 y estar en un hospital muchas horas de tu vida, y comenzar por no saber ni donde están los baños para después continuar por sentir que todo se  comienza a acomodar y después de dos meses se siente como un departamento que rentas y compartes con mucha gente, como siempre, unos buenos, otros excelentes; unos difíciles otros peores. Todo divertido. Yo no me dejo de reír, es lo que me mantiene cuerda al estar rodeada de tanta gente enferma que no lo quiere estar y gente que se cree sana y da la impresión de hacer todo lo posible y hasta lo imposible por enfermar.

    Yo trato de conservarme como bailarina de circo, balanceándome en la delgada línea que separa esos dos estados. Algo de sueño, algo de buena comida, algo de diversión, algo de estudio, algo de ejercicio, algo de  reposo y reflexión y mucho amor. Dado y recibido.

    A final de cuentas es eso, más que un número de cédula y un título de médico,  lo único que puede salvar a alguien al final de la jornada.

     


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    Tal vez es porque antes comían diferente. Tal vez es porque antes las relaciones sociales eran distintas. Tal vez es porque las profesiones han cambiado diametralmente. Tal vez porque la información genética que ellos heredaron era mejor que la que nos han heredado. Son básicamente los cuatro elementos en los que basan muchos investigadores su teoría sobre el porqué algunas personas logran llegar a cumplir sus 100 años y otras no. La teoría de los centenarios.

    No tengo más que dos meses inmersa en este mundo cargado de años e historias; de enfermedades y rehabilitaciones. No tengo más que dos meses yendo cada martes a servirles un café, cada jueves a preguntarles como estuvo su terapia, cada viernes a compartir recetas de cocina. No son más de dos simples meses en los que he compartido única y sencillamente mi tiempo y mi presencia a los que según yo necesitaban de mi ayuda. Me tomó más o menos dos meses entender que no era a ellos a quienes les hacía el favor al presentarme puntual cada semana.

    Estoy a punto de regresar de donde vine, pero no como vine. Estoy segura que debo regresar algún día, porque como me dijo un sabio argentino hoy en la mañana “las cosas buenas no se acaban, comienzan”, y esto ha sido tan bueno que partiendo de la perfección y sabiduría inherente a la nacionalidad del citado, forzosamente debe de estar apenas comenzando.

    Quisiera ser más optimista que médica y pensar que ninguna cardiopatía ni ninguna enfermedad degenerativa va a acabar con esta linda historia de amistades intergeneracionales. Quisiera no ponerme nostálgica al pensar en que tal vez la próxima semana será la última a la que tendré derecho como castigo por haber llegado inesperadamente y marcharme indefinidamente. Quisiera de verdad que al menos tres de los tantos que me compartieron su tiempo, tuvieran derecho a una prórroga indefinida en la que ellos y solo ellos decidiera que día y a que hora dejarán de ser los genios que son y decidan tomar su descanso y pausa final, ganada a pulso por su indiferencia ante los calendarios las canas y las arrugas. Pero no existe tal cosa y yo, más que optimista, nostálgica o doctora soy viajera y he aprendido hasta hoy que con o sin prorroga la muerte es la única meta que todos perseguimos común y secretamente; y tal vez también la única que sin lugar a una sola duda alcanzaremos hagamos lo que hagamos, y la vida no es más que el paisaje que cada uno decidimos mirar mientras caminamos a nuestro destino.

     


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